viernes, 30 de noviembre de 2012

redención


Todo esta vivo a pesar del dolor... si me sonreís
Ríos de cuerdas que viene de vos justo a mi corazón



lunes, 12 de noviembre de 2012

bombas

   Soñaba con estrellas, soñaba con un mundo ideal, con absoluta calma. Soñaba con un resplandor, una luz que cegara a quien se le ponga en frente. Soñaba con el mismísimo sol, que abrazara su espalda con la calidez de sus rayos. Soñar no cuesta nada, las estrellas estaban muy lejos como para guiar su destino y las nubes escondiendo bajo su espesor a una ciudad de almas congeladas no daban paso ni al más entrometido hilo de luz. 
   En las calles, la gente levanta la vista pasmada, observando a los aviones de guerra sobrevolando, asechando con sus armas listas para aniquilar cualquier forma de vida. El miedo se apodera del lugar, algunos escapan, otros resisten la costumbre, el sueña con día mejor. Camina las calles ansiosas por teñirse de rojo o verde y cansadas del hedor a suciedad, a humedad. No quiere caer en el tedio, no. Seguiría soñando, seguiría sonriendole a la miseria. 
   Se puede considerar que vaga en la utopía? Hay quienes dicen que debería mirar a su alrededor y lo que tiene en ese momento, procurando subsistir con lo que lo rodea. Pero que tan acertado sería vivir en un ambiente hostil solo porque es lo que está a nuestro alcance? Se puede pensar que la proyección a algo mejor es lo que impulsa a buscar una salida, puede que algunos de los que lograron escapar lo hayan hecho a través del miedo, pero quizás alguien soñó con algo mejor y logró encontrar la frontera. El pensaba en eso, pero en su interior también sabía que estaba asustado y ello lo paralizaba. Pero claro, no iba a caer en la depresión, no. Seguiría soñando a escondidas, seguiría sonriendole a la miseria. 
   Un atardecer tranquilo y un viaje habitual fueron irrumpidos. Fuerte en las esquinas, sonaron las alarmas y el pánico se plasmó en su rostro. Los aviones abandonaron su custodia, el piso temblaba y mientras ellos bajaban en picada, disparaban estruendosas bombas en la ciudad. Ante sus ojos el desastre, una bomba destruyendo parte de su hogar y su temple, su futuro asediado por las llamas y muy poco más por perder. Subió entre el fuego por las escaleras llenas de escombros a su habitación. La ropa titada en el suelo, cientos de hojas escritas a mano derramadas en el piso y sus rodillas chocando contra el piso. 
   A solas y rendido ante su suerte contemplo un viejo cuadro, con esa fotografía que le habían tomado cuando era niño, la tomó entre sus manos y vió al pequeño que lo miraba con dulzura. Aquel niño que quería ser astronauta, que corría libre y con alegría a trepar árboles, sin temerle a las alturas. Aquel niño que cuando se paraba frente a un no, buscaba la forma traviesa de alcanzar lo que deseaba. La figura en el espejo distaba mucho de él. Ese inocente trozo de sí volvió para pedirle cuentas, volvió para recordarle que aún vivía dentro suyo. El, avergonzado, no pudo más que dejar de sonreirle a la miseria y llorar como aquel niño, abrazando lo que más anhelaba, reconocerse en ese cuadro. 
   Nada más que perder, lo importante por recuperar. En medio de la noche y con las bombas intensificando el violento ataque tomó rápidamente su bolso. Llevaba consigo algo de comida, ropa, algunos cuadernos y el cuadro. El miedo transformado en valor respirando humo y sin hablar más que con su conciencia, emprendió su travesía. Repudiando la miseria, sonriendole a sus sueños, iría a buscar las estrellas. 



martes, 6 de noviembre de 2012

Una flor

   Son siete cuadras, o setecientos metros, como quieras llamarlo. Una cuadra en la que circulan bastantes personas, el cruce de una avenida, dos cuadras junto a la avenida casi siempre cargada de muchos autos, luego al doblar en una esquina cuatro más rodeadas de arboles, solo de árboles, un nuevo cambio de dirección sobre una calle luminosa hasta llegar a la puerta. 
   Como otras tantas veces, salió para emprender ese tramo, en ocasiones lo había hecho con satisfacción, llena de energía, algunas en estado reflexivo, otras soñando o hasta también cuestionando. Esa noche, llevaba la cabeza abatida, los ojos con un brillo nostálgico y el pecho oprimido. Con los pasos apurados llego hasta la avenida, mientras acomodaba los auriculares en sus oídos y seleccionaba algunas canciones en tonos bajos que ansiaba escuchar en vivo, aunque a corto plazo, no iba a ser posible. Cortó el semáforo y comenzó el recorrido musicalizado. 
   Vagaban los pies en lugar de caminar, como dudando las pisadas. La espalda encorvada como protegiendo ese pecho para que nada lo rozara, para que nada osara hacerlo explotar. El viento limpiaba los hombros con suavidad, despedazando metro a metro cada vestigio de su caparazón. Afloraba la angustia en forma de calma, inhalaba inseguridad y exhalaba miedo. 
   Dobló la esquina, y entre las hojas tediosas, apenas movilizadas por una brisa, levanto la frente y admiró las estrellas tenues a kilómetros de distancia. Inmensas en el cielo la observaban diminuta, y ella camuflada entre baldosas blancas y negras avanzó aliviada y cantó en silencio. El último tramo y su favorito se aproximaba, una hilera de árboles conformando un túnel oscuro, la escondieron con sus sensaciones en el,  la envolvieron como abrazandola fuerte y al salir, frágil y casi libre estaba lista para estallar. Sin embargo, un ruido, una presencia amenazaba con romper la magia. 
   Lejos de lo que pensaba, una bicicleta que nunca se detuvo se aproximó, un hombre desconocido sobre ella extendió su brazo sonriendo y la dejo parada en el medio de calle con una rosa blanca en la mano. Nunca le habían regalado una flor y no pudo más que desconcertarse ante la mirada de ese extraño... Habría tenido ese gesto si la viera a la luz del día? Sin darse a lugar a pensar respuestas, quebró aquello que oprimía su pecho y ante la luz de la última cuadra regó su hermosa flor, con el mar de su soledad.