martes, 6 de noviembre de 2012

Una flor

   Son siete cuadras, o setecientos metros, como quieras llamarlo. Una cuadra en la que circulan bastantes personas, el cruce de una avenida, dos cuadras junto a la avenida casi siempre cargada de muchos autos, luego al doblar en una esquina cuatro más rodeadas de arboles, solo de árboles, un nuevo cambio de dirección sobre una calle luminosa hasta llegar a la puerta. 
   Como otras tantas veces, salió para emprender ese tramo, en ocasiones lo había hecho con satisfacción, llena de energía, algunas en estado reflexivo, otras soñando o hasta también cuestionando. Esa noche, llevaba la cabeza abatida, los ojos con un brillo nostálgico y el pecho oprimido. Con los pasos apurados llego hasta la avenida, mientras acomodaba los auriculares en sus oídos y seleccionaba algunas canciones en tonos bajos que ansiaba escuchar en vivo, aunque a corto plazo, no iba a ser posible. Cortó el semáforo y comenzó el recorrido musicalizado. 
   Vagaban los pies en lugar de caminar, como dudando las pisadas. La espalda encorvada como protegiendo ese pecho para que nada lo rozara, para que nada osara hacerlo explotar. El viento limpiaba los hombros con suavidad, despedazando metro a metro cada vestigio de su caparazón. Afloraba la angustia en forma de calma, inhalaba inseguridad y exhalaba miedo. 
   Dobló la esquina, y entre las hojas tediosas, apenas movilizadas por una brisa, levanto la frente y admiró las estrellas tenues a kilómetros de distancia. Inmensas en el cielo la observaban diminuta, y ella camuflada entre baldosas blancas y negras avanzó aliviada y cantó en silencio. El último tramo y su favorito se aproximaba, una hilera de árboles conformando un túnel oscuro, la escondieron con sus sensaciones en el,  la envolvieron como abrazandola fuerte y al salir, frágil y casi libre estaba lista para estallar. Sin embargo, un ruido, una presencia amenazaba con romper la magia. 
   Lejos de lo que pensaba, una bicicleta que nunca se detuvo se aproximó, un hombre desconocido sobre ella extendió su brazo sonriendo y la dejo parada en el medio de calle con una rosa blanca en la mano. Nunca le habían regalado una flor y no pudo más que desconcertarse ante la mirada de ese extraño... Habría tenido ese gesto si la viera a la luz del día? Sin darse a lugar a pensar respuestas, quebró aquello que oprimía su pecho y ante la luz de la última cuadra regó su hermosa flor, con el mar de su soledad. 

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