viernes, 3 de febrero de 2012

mirar de lejos

   La calle empedrada resultó perfecta para dejar fluir entre los bloques de piedra, pequeños ríos veloces que miraba sentado desde el cordón de la vereda. El sol se retiraba entre los árboles lejanos que se mecían con el viento a unas cuantas manzanas de distancia. Mientras cantaba una canción golpeaba los pies en el piso, marcando el ritmo para hacer más amigable la espera. 
   Desde una ventana situada unos metros más arriba, otros ojos captaban la imagen, buscando entre los autos el factor que cambiara el estado del ser extraño que en esta ocasión formaba parte de su entorno. Ningún transporte lo recogía, no sonaban alarmas ni teléfonos. Aquel sujeto simplemente se encontraba sentado con la mirada perdida, como quien hubiera estado situado junto a una explosión, y ahora se disponía a intentar conseguir la noción del tiempo y el espacio sin poder escuchar, aturdido pero con calma, desorientado pero en paz. De todas formas transmitían inquietud, llamaba la atención que reposara en la puerta de su casa y una curiosa intriga impulsaba a un acercamiento que aún no pretendía llegar. 
   Parecía no llevar nada consigo, quizás algunas monedas en los bolsillos, seguramente tenía dinero para volver a su casa, aunque llevaba horas sentado al caer la noche, y tampoco se lo había visto comer. Su actitud no generaba temor, pero quien lo observaba desde arriba no tuvo más que sentir preocupación. El muchacho no hablaba con nadie, no cantaba, ya no movía los pies. Se limitaba a apretar las manos con ansiedad, se peinaba el pelo con los dedos ahora en una calle solitaria.
   Cuando las estrellas iluminaban el cielo, el muchacho inclinó la cabeza hacia un costado y dejo ver sus ojos brillantes, fuente de aquellos ríos que decoraban la calle empedrada. La angustia atravesó como una flecha, el pecho del espectador que casi con la intriga resuelta corrió a las escaleras. No sabía quien era, pero fue parte de su paisaje, sintió necesario acercarse para ofrecerle ayuda. Bajó las escaleras, cruzó la puerta del edificio, pero cuando llegó a la vereda el muchacho ya no se encontraba allí. 
   La situación permaneció frente a sus ojos y esperaba una señal para actuar, el muchacho apretaba las manos que no podía estrechar aunque agónicas se movían sin buscar. Ambos podrían haber complementado este final. 
   Aquel día optaron por esperar a que llueva la solución a sus estados de un cielo despejado, para cuando quisieron aventurarse a decidir, ya era demasiado tarde. 







2 comentarios:

  1. uuuf! no animarse y quedarse con la duda, hasta que te decidis y ya es tarde.


    Besos

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  2. Todos tenemos un dejo de cobardía...

    Abrazo niña

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