domingo, 12 de junio de 2011

tu vuelo al fin

   En dónde? Hacia dónde debo mirar? No se paraba de preguntar. Con la desorientación en la cara y la incertidumbre cerca no pretendía otra cosa más que encontrar la respuesta a esa pregunta y así poder disfrutar de los atardeceres.
   Tiene un jardín inmenso, lleno de árboles y flores en los costados, en el medio algo parecido a un lago en dónde las aves se posaban con frecuencia. En una esquina de ese parque, una jaula ya oxidada, con la puerta abierta, repleta de recuerdos que en ocasiones salían flotando y se los chocaba al caminar.
   Hace un tiempo por la calle, encontró un pájaro mal herido y al verlo con las alas rotas se apresuró a tomarlo y llevarlo a su jardín. Lo encerró en la jaula, en aquel entonces limpia y preparada y lo protegió para que pueda recuperarse. Con el correr de los días, el ave comenzó a tomar fuerza y a desplegar su gran belleza, entonces bajo su custodia, abría la jaula para que pudiera ejercitar sus alas que todavía no habían terminado de sanarse. Ponía alimento entre sus manos y el precioso pájaro se acercaba gustoso, se mojaba en las aguas de su jardín y luego lo volvía a encerrar.
    Lo contempló todo lo que pudo, y creyó que aquel se había convertido en un fiel compañero, sin percatarse de que no tenía muchas opciones para elegir. Y bien, cuando se encontró recuperado, el que creyó un habitante de su privado espacio, extendió sus alas y comenzó a volar sin detenerse, hasta que lo perdió de vista. Esperó toda la tarde, y consecutivamente en cada ocaso realizó la misma acción, observando la jaula que se fue deteriorando y con la esperanza de que regresara a su hogar.
   Tomó tiempo para que comprendiera, que su jardín no era el hogar de su protegido pájaro, y que simplemente él fue un pasajero que, cuando estuvo en condiciones, regresó seguramente al que sí era su sitio.
   No debió haberlo encerrado, aunque le estuviera dando un beneficio, y aunque su belleza cautivara. Era lo más lindo que había visto hasta que una noche, un ave se posó en la orilla de sus aguas. Aunque la noche oscura se abriera paso, la luz de la luna lo iluminaba en todo su volátil cuerpo, resplandecía mientras recorría su jardín alegremente y antes de que decidiera marcharse. No lo iba a capturar, después de lo acontecido con anterioridad sólo deseaba que seres libres adornaran sus árboles.
   Para su desconcierto y satisfacción, el nuevo visitante regresó en algunas oportunidades, le gustaba recorrer el pasto y comer las migajas que le dejaba diseminadas en el suelo. Adora la libertad con la que ese misterioso ser repentinamente irrumpe en su hogar y lo comparte, para luego retirarse dejándole certezas de que va a regresar.
   No existe el tiempo, no está programada la fecha de su regreso, en ocasiones las ansias se dejan llevar por el deseo, y en ocasiones la paciencia invita a esperar con tranquilidad. Ha comprendido que que su adorada ave es hermosa por lo que es, un ser libre que resplandece apenas se hace parte de su cielo y más aún cuando se aproxima a la tierra, a su suelo. No sabe para dónde mirar, no sabe desde donde arribará, pero sabe que no va a quitarle su libertad, solo va a dejar que llegue querer compartirla.

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