domingo, 8 de julio de 2012

sombra y luz (parte IV)

   Una noche más, una noche menos en este camino incierto, el frío casi intolerable tornando estático el panorama de las calles, las hojas de los árboles sufren el aire helado tiñendo sus bordes de blanco. Otra como tantas noches invernales respirando en esa conocida habitación como al principio de esta historia. Tenía entre los brazos, una almohada que de un lado era negra y del del otro un par de colores más dibujaban cuadros que ella había tejido hacía muchos años, la abrazaba con fuerza antes de dormir y en algunos otros momentos en que le gustaría estar dormida. A escasos metros, entre victoriosa y burlona, esa forma opaca la imitaba entre un espejo y la pared. 
   Aunque así lo hubiese preferido, no lograba comprenderla, siempre tuvo buenos deseos para con ella, siempre tuvo anhelos de que sea mejor, pero allí se encontraba queriéndole mostrar que una vez más no había logrado su propósito. La última vez que cruzó la puerta fue siguiéndola, mucha veces recorrió los días de insomnio sin obtener demasiados beneficios, así que se dispuso a dejarse llevar por las luces de la noche que se movían sincronizadas para que ella, la sombra, se encuentre por delante. 
   Aquel amanecer  tenía incontables horas, entre las penumbras que envolvían a la cuidad, esa opaca forma bailaba canciones de la mano de otra, que encontró por ahí. Luces de diferentes colores la hacían brillar, sonrojar, mezclarse con su compañera entre viejos posters y pequeños refugios. Tal fue la tranquilidad que le trasmitió verla, radiante e independiente, que simplemente optó por relajarse y dormir. 
   Con los ojos cerrados, y ya en sus sueños, podía levitar sobre los días lejanos, mirarlos con una suerte de satisfacción, mecerse en las nubes que la contenían llena de paz y sonreír. Soñaba que la sombra había desaparecido, ella podía caminar sin sentirse acechada por esa oscura figura que la perseguía a toda hora. Qué bello estado, nada hacía por pensar, flotar y volar era todo lo que quería, lo estaba haciendo y se elevaba, llegó a lugares impensados, no solo podía ver hacia atrás, sino que un paisaje agradable comenzaba a conformarse más adelante.  
   Fue justo en ese instante, cuando un grito la irrumpió: - "Dafne!". Su suerte la fue a buscar. 
   Al despertar el día ardía en su cara, los ojos rojos imploraban cerrarse nuevamente pero era imposible, el pánico se apoderó de su cuerpo, lejos de casa yacían solas, paradas en una esquina ella y su sombra aferrada a sus pies, con un peso gigante, como si quisiera hundirla en el suelo. Un conocido nudo en la garganta tenía presa su voz, rápidamente se despojó de todo lo que tenía en los bolsillos y que ya no servía y corrió a su casa.
   Las manos temblaban, ya estaba a salvo. Con la mirada vidriosa subió las escaleras y cerró la puerta con llave para que nadie la pudiera abrir. Casi sin aliento, se sentó en la cama y abrazó su almohada. Frente a ella la sombra la imitaba sin parpadear. 







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