Su cuerpo comenzó a desgastarse, la carencia de energía dejó en evidencia la necesidad imperiosa de recibir algo de lo que durante aquellos años fue cediendo o quizás le fue arrebatado. Afuera crecía un pueblo y la realidad golpeaba abriendo la piel para dejar heridas y cicatrices por dentro, allí donde gobernaba el vacío. Las paredes estaban por derrumbarse y quiénes debían apuntalarla jugaban con cartas apostando días ajenos.
Decidió tomar distancia e irse a dónde el silencio no hiciera eco, intentó cruzar varios puentes y nutrirse para obtener las fuerzas necesarias para crear su hogar. Llegó a a un lugar sin cráteres en el piso y con las maderas de su antigua casa, construyó las bases de la nueva. Se dedicó a la carpintería, y pudo conocer un pueblo nuevo, que le proveía las maderas con las que construiría el hogar propio y de tantos otros que podrían disponer del abrigo de su calidez.
Parece haber alcanzado algo importante, logró superarse y generar algo propio. Esta mañana como tantas otras mis pies caminaron a dónde se encuentra aquel carpintero. Se estaba limpiando algunas de las heridas que todavía no logran cicatrizar. Ahora la situación se ha invertido, afuera la realidad contiene un interior abatido y lo que golpea es más que un músculo al pecho cansado de sobrevivir a una verdad. Especula con la idea ficticia de regresar en el tiempo para desactivar bombas que ya han destruido.
Esta mañana me acerqué a regalarle madera, para apuntalar esas bases débiles. Me paré frente a él para demostrarle que no existe un tiempo específico, no existen edades, no existen distancias, verdades, tormentas, desiertos... no existen padres o hijos, esta mañana fuimos dos almas con lo único que se necesita.
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