El día se comienza a entregar a su extinción, la tarde contamina la vista con luces artificiales y todos mantienen el pulso acelerado, con pasos ansiosos dirigidos a cualquier lugar, las caras ahora miran el suelo, trazan un curso con la mirada que los lleve sin detenimientos, que los aparte de tanta sociedad. Podrán refugiarse algunos minutos bajo algún intermediario entre la inmensidad del cielo y sus pechos agitados, pero deberán retomar el viaje.
En la multitud que amenaza con golpearte los hombros, se abre paso un único ser, no por solitario sino por exquisito. Con la mirada alta, disfrutaba sentir a la lluvia recorrer sus mejillas; también carente de maquillaje como el resto, no desesperaba por ocultarse porque probablemente fue la única persona tranquila de saber que así era ella, entre los pasajeros de esas calles.
Quizás fueron las melodías que conectaban sus ideas con los latidos, quizás fue la satisfacción de terminar con el calor que sofocaba, la superación propia por haber cumplido algún objetivo que requirió más que esfuerzo, la dicha de saber aunque no tuviera rumbo estaba caminando, el advenimiento de la contención que había desparramado entre las sábanas hace un par de noches... quizás no fue nada, quizás fue todo. O simplemente la tranquilidad de ser, y no de aparentar.
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