lunes, 18 de julio de 2011

mochilas cansadas

   Ya no sentía el mismo dolor en la espalda, tenía en el rostro una expresión de esas que surge cuando estás satisfecho. Venía de una caminata bastante larga, que había llevado su presencia a muchos destinos diferentes. Atravesó paisajes imponentes, lugares frescos y no por ellos fríos, sino de los que te invitan a respirar profundo y cambiar el aire para luego sentirte más despejado. Lugares extremadamente cálidos, algún desierto agobiante en donde lo único real es el deseo de sumergirse en el agua, y el resto son solo espejismos. Por el contrario, le tocó cruzar sitios en donde el frío no permite dormir.
   Era un largo viaje, y me temo que recién estaba comenzando. Algunos terrenos permitieron que sus huellas queden plasmadas en el suelo, otros sin embargo erosionan constantemente y de seguro su presencia no tardó en dejar de notarse. Pero no podrá saberlo. De cada lugar en los que pasaba recolectaba algún artículo que le ayude a recordarlo, uno que pudiera representarlo. Como también debía realizar paradas para abastecerse y retomar la caminata. 
   Se propuso como próximo destino llegar a un sitio templado, colmado de árboles frutales, contaba con un río que no era turbio, en el que podía refrescarse. Allí por lo general había sol, llovía lo necesario para que los habitantes de la zona pudieran sembrar y le habían informado que con un poco de trabajo podría abastecerse. 
   El problema radicaba en que para llegar al destino fijado, tenía que atravesar una enorme montaña y escalar bastante. Eso iba a costarle, sus piernas era fuertes después de todo y lograría llegar, más allá de que la caminata venía de años, sabía que conservaba juventud para afrontarlo. En ese momento fue cuando llego a la conclusión de que debía alivianar el peso de la mochila que cargaba en la espalda, de otra manera, no podría llegar a su objetivo. 
   Abrió la mochila y se dispuso a dejar solo lo imprescindible. Dejo un poco de ropa, una botella con agua, comida y unas cuantas cosas más. Recordó aquellos lugares erosionables que cite anteriormente, que lo eran por el fuerte viento que los caracterizaba y que mucho esfuerzo le costó al caminar, y decidió dejar los objetos que había recogido en ellos, ya que manteniendo en la memoria ese mismo esfuerzo los tendría presentes. De los lugares fríos cargaba con piedras pesadas, bellas porque sacadas de su contexto le recordaban la existencia de los mismos y le permitían valorar más sitios en los que pudo descansar, así que las sacó de la mochila. Lo conservó entonces, fue lo que había extraído de paraísos cálidos, aquellos que le dieron paz y relajo, para tenerlos presentes y poder remontarse a ellos; se esforzó para alcanzarlos y los valoraba, ellos eran realmente a los que debía tener presentes. 
   De pie y subiendo la montaña, venía de un viaje de mochilas cansadas, pero ya no siente el mismo dolor en la espalda. Con la vista hacia arriba y un poco más de esfuerzo, se que va a llegar a su destino. 

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