El cuerpo casi inmóvil, desplomado en una silla. La mirada perdida, buscando algún refugio para pasar la noche larga, antes de que el sol le muestre su hogar. Llena de sentimientos como la luna, ese alma a punto de estallar, se contiene.
Se acercan manos ajenas a aquel rostro, manos amigas que le permiten a ese cuerpo caer con la confianza de que unos segundos después serían brazos apuntalando una espalda débil, para que no se quiebre en partes. Cobra vida el cuerpo, sacude el manantial que emana el agua pura que aquellas manos utilizarán para limpiar esos ojos verdes, casi transparentes, espejos de un alma que ama.
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